sábado, 13 de noviembre de 2010

Conciencia y estadísticas y prosperidad y salud en la espiritualidad.

Acercamiento a la alegría.


Tenemos la ten-dencia de asociar la prosperidad y la salud al nivel de desarrollo espiritual.

Hemos llegado a la conclusión de que “lo estamos ha-ciendo bien (o que otro lo está haciendo bien) porque somos una familia de bue-nos principios, no tenemos problemas fundamentales en la vida, estamos sanos y el sustento sobra como para salir de vacaciones o darnos algunos merecidos gustos.


Igualmente, aunque no pertenezca a una familia excepcionalmente religiosa, que son una rareza estadística, también “lo estamos haciendo bien” porque no tenemos discapacitados en nuestra casa, ni enfermedades verdaderamente graves que afectan a la minoría de la población.

Otras veces aceptamos que nos va bien porque es una consecuencia directa del trabajo espiritual que realizamos y de la ayuda que ofrecemos con cariño a personas que nos rodean o se acercan.

Estos razonamientos inducen a buscar en el desarrollo espiritual, la salud, la prosperidad y mucho más que el simple bienestar, porque la observación directa de los efectos nos muestra que vamos por buen camino, razón suficiente para continuar y compartirlo con otros.

Los efectos positivos se observan tanto entre los que se consideran que somos un alma cuya misión se manifiesta iluminando al cuerpo y sus alrededores, y entre quienes se conciben como un cuerpo con  la misión de cuidar, rectificar o elevar el alma que  ha les sido insuflada.

No obstante, las percepciones anteriores contrastan con los testimonios de aquellas familias pobres que disfrutan de alegría y de aquellas familias con discapacitados o enfermos graves cuyas circunstancias, ellos mismos las reconocen, como la fuente de bendiciones y de alegría interior incalculable.

También es fácil constatar grandes paradojas cuando observamos el nivel de salud física o mental de quienes han aportado obras espiritualmente invaluables (incluyendo en ellas adelantos tecnológicos) a la humanidad.

Para mí, Mozart y Beethoven son dos ejemplos extraordinarios: no solo porque sus comportamientos sociales no tenían nada que ver con las sonrisas beatíficas, sino que la salud corporal de ellos era deficiente. Casos paralelos ocurren entre científicos, pensadores, benefactores y hasta el mismo Jesucristo puede ser visto como alguien que, de no tener una conducta desadaptada (no se hubiera metido en problemas con la política, fuero repulsivo para los hombres de espíritu)  hubiera seguido curando enfermos, compilando y aclarando él mismo sus enseñanzas y profundizado en su mensaje en provecho de la humanidad.

En definitiva, a pesar de que intuimos sin dificultad que la prosperidad y la salud están asociadas con el desarrollo espiritual y que en consecuencia debemos desarrollar nuestra espiritualidad para limitar la enfermedad en nuestras vidas, también es desconcertante constatar la forma ineficiente como actúa el mundo espiritual limitando la vida y la salud de sus grandes hombres y mujeres, a la vez que cada día parece ser más cierto que “bicho malo no se muere”.

Debe haber una forma de explicar esta aparente paradoja. Aún no sé, lo que sí es evidente es que hombres y mujeres pobres, sin salud y sin “trabajo espiritual” (que no “están en la búsqueda”) abren paso a enormes cantidades de bendiciones en provecho de la humanidad.

En el fondo, todos aportan luz y tiendo a concluir que me luce que la paradoja tiene su origen en las fuerzas  poderosísimas, inteligentísimas y santísimas de nuestra alma humana, eterna e inseparablemente esencia del Infinito.

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